VIGENCIA Y DESTINO DEL
COMUNITARISMO Y DE
LA ECONOMÍA SOLIDARIA
Así como
respecto
al comunitarismo se ha planteado la interrogante sobre
su significado
teórico e histórico, lo mismo ha ocurrido en torno
a la economía
solidaria.
Pablo Guerra,
por
ejemplo, se ha preguntado si esta busca sustituir al
capitalismo y
al Estado o convivir con ellos (o con uno de ellos) y ha respondido
que “claramente aquí se dividen las aguas”. Luego distingue tres posturas en
tal
sentido.
Una primera se puede definir como impulsora de una mirada pluralista del
mercado: “Desde esta posición se reconoce la pluralidad de comportamientos
buscándose
la
mejor combinación posible
entre las empresas de capital, la intervención estatal y las contribuciones de los emprendimientos y
racionalidades de economía solidaria” (Guerra, 2011). Enmarcada en esta postura, la economía solidaria “busca un doble propósito: crecer como sector ganándole terreno al
capitalismo (sobre todo
a
sus
peores representaciones) o al
Estado
cuando corresponda; e
impregnar de
solidaridad a los otros dos sectores, como forma de
avanzar hacia ‘otra economía’” (Guerra, 2011). Una segunda postura
es partidaria de un
enfoque instrumental a favor de los más
desfavorecidos.
Sus
partidarios ven a la economía solidaria como el nicho de sectores
excluidos en la sociedad que logran mediante sus estrategias asociativas
mejores niveles de vida. (…) En definitiva, la economía solidaria no implica en
el
horizonte ningún
cambio
socioeconómico, más allá de los posibles aportes de ingresos
a las familias involucradas.
(2011)
Y una tercera posición aspira a que toda la economía resulte solidaria. Ve la economía solidaria “no tanto
como un sector específico en
convivencia con otros, sino como un
sistema que debería avanzar sobre el capitalismo o sobre el Estado hasta lograr su desaparición” (2011).
Luego de precisar
que “entre estas tres grandes tendencias se
perfilan numerosas otras
lecturas”,
Guerra opina que la primera posición es
la
mayoritaria, y “la que entronca más claramente con el comunitarismo
contemporáneo”.
Aun aceptando que esta esquemática clasificación corresponde en general a las tendencias hasta ahora observables, en el
futuro pueden perfectamente producirse
transformaciones. Porque
si bien el pluralismo económico y el amplio predominio
de
las empresas de capital son realidades
actuales
que seguramente se
prolongarán por mucho tiempo, el fortalecimiento y crecimiento del
sector
solidario, sobre la base de “ganarle terreno al capitalismo y al Estado”, y el
consiguiente avance hacia “otra economía” (primera posición), permiten
suponer,
con cierto optimismo, que esto podría generar una creciente transformación de la
economía en
su conjunto en solidaria (tercera posición). Este carácter
transformador de lo
que
hoy es un sector económico ha sido postulado
como su destino posible por diversos autores que han estudiado las
experiencias de esta naturaleza.
Bajo esa óptica, por ejemplo, los cooperativistas españoles Jordi García y
Jordi Via y
el
filósofo, sacerdote y político LLluís Maria Xirinacs se oponen
a la
designación del sector cooperativo-mutualista-asociativo como “tercer sector”,
porque esto significa situarlo, argumentan, en tercer lugar y ello
implica aceptar
simbólicamente su residualidad y subalternidad, “como si redujésemos las
cooperativas,
las mutualidades, las sociedades laborales, etc., a una función
meramente paliativa de los
atropellos cometidos por los dos primeros, y tenidos
por
los principales, sectores” (García, Via y Xirinacs, 2006, p. 214-5). Estos
autores, por el contrario, ven en
este tipo de experiencias empresariales la prefiguración
de una nueva economía (2006, p. 10).
Por su parte, el economista Raúl González Meyer ha investigado en torno a las prácticas y propuestas solidarias, cooperativas y autogestionarias –propias de
este tipo de economía– desde una perspectiva emancipadora, como portadoras
de emancipación
social, política y laboral. Sostiene que ha existido
en la época
moderna “un continuo reconocimiento –aunque ubicado periféricamente respecto a las corrientes dominantes– sobre aquel tipo de prácticas económicas”, porque han constituido “una realidad que ha buscado mostrar su
especificidad, alternatividad y conveniencia respecto de otras prácticas económicas en términos de su lógica,
normas,
reglas”.
Señala González además que, entremezcladas con hechos históricos –costos
sociales del capitalismo, resistencias, gestación de
alternativas de
carácter asociativo–, “han influido doctrinas en este tipo de prácticas, como el acento cristiano en
la
comunidad
y la solidaridad, y
el
socialismo en algunas de sus
vertientes”. (González Meyer,
2013, s/p).
Luis Razeto, destacado
teórico de la economía solidaria, también se ha
preguntado sobre el destino de estas experiencias; para él, esta “es una búsqueda teórica y práctica de formas alternativas de hacer economía, basadas
en la solidaridad y el trabajo”. También constituye “ un nuevo enfoque conceptual, al nivel de la teoría económica, referido
a las formas económicas cooperativas,
comunitarias, autogestionarias y
asociativas”, y un “gran proyecto de desarrollo,
transformación y perfeccionamiento de la economía”. Sostiene además que la economía de solidaridad
aparece como un modo nuevo
de pensar y de proyectar procesos
transformadores eficaces y profundos, en condiciones de concitar la conciencia y
la
voluntad
de los más vastos sectores que anhelan una vida
mejor, una vida buena, y una sociedad más humana y convivial. (Razeto,1993, s/p)
Ahora bien, si las prácticas y propuestas de la economía solidaria se
desarrollan vinculadas a movimientos y doctrinas que buscan un profundo cambio de estructuras sociales, y
se orientan
así
en una perspectiva transformadora y
emancipadora, su significación podría consistir en
algo
que
va más allá de lo que
hoy representan, que no es poco, a pesar de las limitaciones y amenazas que deben enfrentar. Asimismo, la confluencia del comunitarismo y de
las experiencias de economía solidaria en torno a un proyecto de transformación orientado a la efectiva
realización de una sociedad distinta a la actual es un problema y un desafío teórico-
práctico, de carácter político.
En relación con lo
anterior, nos parece interesante considerar un planteamiento de Charles Taylor sobre las posibilidades de lograr un viraje en
el rumbo que ha seguido hasta ahora la sociedad moderna.
En
su libro La ética
de la
autenticidad (titulado
El malestar de la modernidad en la primera versión canadiense) sostiene
que
la única forma eficaz de contrarrestar la deriva hacia el atomismo y el
instrumentalismo que nos arrastran hacia el mercado y el Estado burocrático
consiste en
la
formación de un propósito democrático común, la
fragmentación nos incapacita para resistirnos a esta deriva. (Taylor, 1994, p.
143)
Afirma, por eso mismo, que una de las condiciones que se requieren
para lograr
victorias –tal vez la más importante– consiste
en evitar la fragmentación entre
quienes desean dicho viraje. “La acción común
con éxito puede proporcionar una
sensación de poder recobrado y fortalecer también la identificación con
la comunidad”. El poder recobrado
“contribuye a mitigar esa sensación de impotencia que surge de sentir que se nos gobierna mediante estados a gran escala, centralizados y burocráticos” (1994, p. 144).
Unirse tras propósitos comunes es, a nuestro juicio, una condición para el éxito de la lucha de quienes trabajan por una economía solidaria y una sociedad comunitaria. La pregunta que cabría aquí es
si esto no requiere igualmente la
creación de un movimiento social todavía más amplio, articulado en
torno a un
proyecto
ideológico y político
distinto
al liberal. Y vuelve también entonces a
plantearse la interrogante de si tal proyecto podría surgir, justamente, de aquella corriente de pensamiento que se ha presentado, ayer y hoy, como crítica y oponente
del
liberalismo, vale decir, el comunitarismo. En cuanto a su concreción, contribuiría a realizarla el que las organizaciones y movimientos de
economía solidaria, bajo la inspiración y los fundamentos
de
una concepción comunitaria, se
fortalezcan y continúen desarrollando
las actividades de coordinación y
colaboración entre las distintas experiencias, e impulsen
el
movimiento de economía solidaria al logro
de su
hegemonía y
predominio.
La posibilidad de avanzar hacia un desarrollo no capitalista está relacionada igualmente con
lo que puedan aportar las organizaciones políticas que buscan la
transformación del sistema a través de la conquista de posiciones de poder político. Porque también es cierto
que un Estado que estimule y promueva el desarrollo de
la
economía solidaria crea condiciones favorables para lo que venimos planteando, como ha ocurrido, por ejemplo, en países como Ecuador y Bolivia. Sin embargo,
en Chile dichas organizaciones no han encontrado fórmulas realmente eficaces
para conseguir sus objetivos. Se mantienen disminuidas y dispersas, aunque surgen propuestas para superar esta situación. Mencionemos una que
proviene de la
tradición comunitaria, la del cientista político Bosco Parra, quien
ha
propuesto
redefinir el papel del militante de izquierda. En vez de los partidos de antes, vale decir, asociaciones
de
militantes, Parra
propone que sean “ligas de apoyo a iniciativas comunitarias”. Si no se recrean radicalmente, “las formaciones revolucionarias no tienen nada
que
hacer,
y sin especialistas (entendidos en
cooperativismo, mutualismo, sindicalismo, contabilidad, resistencia, etc.), las nuevas experiencias sociales van a ir a parar a la vulgaridad clientelista” (Parra,
2001).
También cabría esperar que
las organizaciones y movimientos sociales que tienen
intereses contradictorios con las políticas propias del actual modelo de dominación
–agrupaciones de gremios, de ecologistas, de estudiantes, de género,
de etnias, etc.– participaran en
la
construcción de otro modelo, de emancipación. La articulación, movilización y conquista de poder por parte de todo este universo de comunidades y organizaciones sociales y políticas podría representar un paso
importante en
el
camino de la reanimación
popular y del cambio histórico.
NOTA CONCLUSIVA
Desde distintos
ámbitos, el
comunitarismo y la economía solidaria se
vinculan
en torno a una amplia variedad de problemas y a búsquedas semejantes, coincidiendo en visiones y proyectos. De partida, si bien es cierto el comunitarismo
es
primordialmente una corriente de pensamiento que se ha desarrollado al interior
de la filosofía política –y también de la sociología–, es
igualmente cierto que se ha ocupado de los problemas
de la economía. Y al abordarlos y tomar posición frente
a ellos, se han puesto de manifiesto importantes coincidencias entre sus ideas
fundamentales
y las ideas y prácticas de la economía solidaria, cuya base teórica –
la
socioeconomía– es una disciplina que se ha desarrollado
mediante el aporte de varios
sociólogos de reconocida filosofía comunitarista.
Cabe señalar que las críticas y
las propuestas del comunitarismo
se fundamentan en un conjunto
de
concepciones acerca de la persona, la sociedad, el trabajo, la propiedad, etc., que, trasladadas al plano de
la
realidad, guardan correspondencia con lo que caracteriza a la economía solidaria. Las contribuciones filosóficas y teóricas provenientes de aquella corriente pueden
así
constituirse en una sólida base para el desarrollo, el fortalecimiento y el destino transformador de
lo que hoy es solo un sector de la economía. Por otra parte, no
cabría imaginar la construcción una sociedad comunitaria –aspiración máxima del comunitarismo– al margen
de
lo que representa, denuncia y anuncia la economía solitaria.
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1 El personalismo es un movimiento impulsado por Mounier desde la revista Esprit, fundada por él
junto a destacados intelectuales de ese tiempo. Para el personalismo, la persona debe
ser el centro de toda reflexión filosófica o de cualquier acción que intente superar las tendencias individualistas y
colectivistas como
formas
de convivencia.