Minorías de choque y
poder político.
Bosco Parra*
Jacques
Maritain consideraba que cualquier teoría democrática debería encarar
francamente el problema de pequeños grupos dinámicos, libremente organizados,
que, como representantes no electos, como “profetas autodesignados”, desatan
luchas de emancipación y dignificación, mientras un pueblo “dormido” soporta
como cosa ordinaria “las miserias de cada día y las humillaciones usuales” (
Maritain 1952: 161 y ss.)
El olvido ya largo de esta preocupación maritainiana, quizás se
deba a su evidente radicalidad. Así por ejemplo, a diferencia de la condición
propuesta por Rawls (1971: 369) para justificar la “desobediencia civil”, la
minoría “de choque” se concede el derecho de imponer su proposición política, aun
cuando ella no coincida con las convicciones de la comunidad ni derive su
legitimidad del sentido de justicia de la mayoría. Los grupos que interesan a
Maritain ya no sólo desconocen decisiones legislativas o ejecutivas
particulares, sino que pueden llegar a contrariar a toda la sociedad, cuando
ésta tolera con indiferencia lo que, a juicio de la minoría, debiera
rechazarse. Por otra parte, al no formar parte de la estructura legal, la
acción de la minoría de choque tampoco puede reducirse a la búsqueda de
“arreglos contramayoritarios” (Peña 1999: 153) que podrían establecerse en
beneficios de grupos que no logran imponer sus legítimas preferencias por la
vía electoral. Ambas correcciones democratizadoras pueden llegar a desconocer
la voluntad actual de la mayoría, pero mientras los “arreglos” lo hacen sujetos
al trámite institucional, las minorías de que hablamos apelan al “choque”.
Maritain dijo “minorías de choque” como se dice “tropas de choque”. La palabra “tropas” nos lleva a pensar en grupos que determinan racionalmente sus objetivos y buscan cumplirlos con el máximo posible de disciplina. “Choque” suscita la idea de momento decisorio, en que se busca una “conquista” mediante esfuerzos de los que no pueden estar ausentes los físicos: el movimiento del cuerpo pese a oposición. (En el principio del movimiento social o político se encuentra siempre el movimiento en un sentido muy material: el ir allí donde el orden no querría).
Una minoría de choque, entonces, no espera, retraída que “se den
las condiciones” para la lucha social: la crea. Pero “crear”, de nuevo, es un
proceso racional. De partida y por lo menos, exige saber contra qué y contra
quién sí se choca y contra qué no se choca. Un simple “estallido” - y para qué
decirlo, el vandalismo - no son para nada el choque de que hablamos, aun
considerando a éste, como lo es, un asunto plebeyo.
1.- Minorías de choque y trabajo autónomo
En nuestra
sociedad podemos considerar que son de choque aquellas minorías que, en
presencia de lo que juzgan un grave daño causado por el neoliberalismo y la
globalización al desarrollo humano y a la naturaleza, deciden repararlo con
acciones directas, inmediatas, autogestionadas, experimentales, que se mueven
en dirección de una sociedad que, según gustos, puede llamarse solidaria,
alternativa, protosocialista, socialista, comunitaria. Estas minorías críticas
tratan de materializar su crítica, de poner en práctica su ideal de solidaridad
fundando entidades económicas y culturales concretas que buscan satisfacer por
cuenta propia, necesidades urgentes de conservación de vida. Cuando se reúnen
representantes de estas actividades, el observador verá colectivos de
trabajadores que procuran renovar el movimiento sindical, organizaciones
cooperativas o mutualistas, autoconstructores poblacionales, grupos
ecologistas, minorías étnicas y sexuales, educadores populares, miembros de
talleres de diversa especie.
La materialización de que hablamos puede llamarse trabajo
autónomo. Entendemos por tal el empleo de la propia capacidad o “fuerza de
trabajo” en aquellas funciones “animales” (comer, beber, procrear, construir la
habitación, procurarse vestuario) que – al realizarse fuera del control
disciplinario del capital, en ámbitos de solidaridad y crítica social
explícitas y mediante formas democráticas de asociación recuperan su carácter
de genuinas actividades humanas. Como se ve, empleamos ciertas expresiones de
los Manuscritos de 1844 (71-72) que, en esta época de mercantilización general
del mundo y de búsqueda del lucro sin límite, acentúan su vigencia. Hoy, la
necesidad de satisfacer las exigencias “animales” de la conservación de vida
fuera de la corriente principal de la economía fabril afecta no sólo a la
sobrepoblación relativa, a los redundantes, a los excedentarios y precarios,
sino también, más arriba de la escala social, a todos los que traten de
sustraerse a un tipo de consumo que consideran inaceptablemente riesgoso para
ellos mismos y la naturaleza. “El hombre (el obrero)” se siente libremente
activo en este trabajo autónomo: inicia la construcción de una cultura,
cultivando la fraternidad.
Los elementos pioneros de este trabajo se encuentran por regla
general entre dos tipos de militantes: los todavía socialistas; y los
ecologistas. Ambos, portadores de pericias que la sociedad del capital no
requiere – más aún, que rechaza - se ajustan a lo que parece una regularidad
sociológica: se ven conminados a construir contra-sociedades que confieran
bases objetivas a su contra-definición de realidad. (Berger y Luckmann 1968:
145). Derogados los decretos ideológicos que condenaban las diversas
“autoconstrucciones” (en su sentido más amplio) como contribución gratuita
objetiva a la acumulación de capital, estos intelectuales salen ahora al
encuentro de todos aquellos, pobres y no tan pobres, a los que la verdadera
pulsión fundamental, el instinto de conservación (Bloch 1938-1959: 87) acicatea
a experimentar, de manera directa, formas sanas de expansión de vida. Ahora
bien, al vivir la marginalidad como actividad productiva subvalorada, el
trabajo autónomo, da origen a diversos movimientos sociales, cuyas
reivindicaciones específicas, dirigidas al Estado, a la sociedad civil, al
mercado, al hacerse imperiosas, conducen al problema del poder político.
2.- Poder de “prohibiciones” selectivas
El poder
político, en su forma general, ya sabemos, aparece como la capacidad de un
grupo para adoptar - ya sea por la vía de la persuasión, por la vía de la
coerción, o por ambas a la vez - decisiones que resultan obligatorias para todo
el resto de la sociedad. O sea: en la ejecución de la decisión política confluyen
dos artes: la retórica, que busca ganarse la voluntad ajena demostrando la
conveniencia de lo propuesto y la táctica militar (en adelante, sólo táctica),
que tuerce la voluntad renuente aplicando fuerza en un espacio y tiempo
determinados. ¿Pueden adquirir esta capacidad las minorías de choque, dedicadas
a la producción y a la cultura, al trabajo autónomo?
La hipótesis
de este ejercicio es que a las minorías de choque les resulta posible un tipo
específico de poder político, determinado por su condición de poseedores de
“capacidad o fuerza de trabajo”, (del conjunto de fuerzas físicas y
espirituales que le permiten trabajar). El tipo de poder deriva del tipo de
instrumento en que puede consistir tal capacidad. Ello lleva a iniciar todo
razonamiento con la mención de una característica esencial de la capacidad de
trabajo como instrumento: su inexpropiabilidad.1 La experiencia dice a cada
momento que el “voto” y el “fusil” son expropiables; la capacidad de trabajar,
no. La capacidad de trabajo opera, en el campo de la retórica como ejemplo y,
en el de la táctica, como movimiento. El poder que así resulta puede llamarse
de “prohibición, contención o intervención selectivas”.
Al proponer este concepto se tienen en cuenta, no sólo la inexpropiabilidad del recurso, “fuerza del trabajo”, sino, también, sus limitaciones - por lo menos iniciales. Una minoría que trabaja no puede instalar súbitamente un nuevo modelo alternativo de desarrollo; no puede destruir al capitalismo por una acción brusca, ni siquiera transformarlo en profundidad en plazos políticos cortos. Pero, una minoría que trabaja sí puede, por choque, impedir al Estado y al mercado la comisión de errores magnos y de atropellos extremos - remover obstáculos para seguir trabajando.
La cultura política actual, ámbito en que deberá desenvolverse la retórica del “ejemplo”, ya no soporta la idea de que un proyecto ideológico particular, por fuerte que sea su soporte científico y moral, pretenda imponerse de golpe y porrazo, en su totalidad y en forma irreversible. De ahí que parezca inevitable anunciar desde la partida la autocontención de los que van a contener, intervenir o prohibir: se trata de evitar los peores riesgos, no de obligar a la máxima bondad. La prohibición es la contrapartida del juicioso principio de los “errores leves”, enunciado por autores ecologistas (de la Court 1991:193): “Una sociedad debería ser indulgente con los errores de los que se puede aprender”. Aquellos que, por su magnitud, bloquean toda posible corrección, deben ser impedidos por acción popular directa. (Esta deducción negativa es sólo una de las que podrían extraerse de un principio al que valdría la pena conferir calidad constituyente).
Hay un segundo motivo para la autocontención en el choque: los cuerpos y su movimiento no pueden destruir o aniquilar los aparatos represores, pero sí pueden neutralizarlos; sí pueden privar a la coerción de sus efectos destructivos, para conferir libertad de acción a los que se proponen contener, intervenir, prohibir.
3.- Los trabajos autónomos como “ejemplo”
Retórica es
el arte de persuadir a un auditorio; y el “ejemplo”, uno de sus medios. El
tratado aristotélico de ese nombre enseña que la presentación de casos
similares permite proponer a la asamblea un principio general que aconseja o
desaconseja la adopción de la medida que se debate. Así, la idea de
proporcionar a alguien una guardia de corps debe desecharse porque el ejemplo
históricamente indiscutible de que los déspotas la exigían, permite establecer
el principio general de que si alguien pide una guardia de corps, está
preparando su instalación como déspota.
La dimensión retórica del poder posible para las minorías de choque exige aproximarse al mismo método. De los resultados concretos, visibles y palpables del trabajo autónomo en el orden económico y cultural es posible extraer el principio general de que el trabajo libre del control directo del capital, la cooperación fraternal y comunitaria puede, a la vez, aumentar el valor del mundo de las cosas y el valor del mundo de los hombres. Se va derogando así de manera actual, inicial, y acumulable, el principio general de la alienación formulada en los manuscritos ya mencionados: “El valor creciente del mundo de las cosas determina la directa proporción de la devaluación del mundo de los nombres”.
La apelación a recursos retóricos puede exonerar a las minorías
de choque de la acusación de ser “puramente testimonial”, que, por regla
general, dirigen contra las experiencias autónomas los que aspiran a puestos
directivos del Estado. En el lenguaje de estos últimos lo “testimonial”
adquiere una connotación de cosa privada, íntima, casi sectaria. Hay que ir a
ver el testimonio. Si la misma experiencia se toma como instrumento retórico,
el asunto se hace público; sus ejecutores buscan un auditorio al que instan a
compartir la crítica y la materialización de la crítica que los ha llevado a
crear un “ejemplo”.
Auditorio, público ¿cuáles? La mayoría popular. No es una moción
ante las Cámaras, sino una presentación ante el “parlamento de calle”. Este
“parlamento” gana en importancia a medida que el institucional debe ajustar su
funcionamiento a la parsimonia con que el capital acepta democratizar la
sociedad. Por lo mismo, hay que preservarlo, entre otros medios, por el
“ordenamiento del desorden”.
Demostraciones, movilizaciones, voces, gestos corporales,
enuncian una nueva cultura política, que exige y ya contiene en sí los
principios de una nueva Constitución. La ilegalidad del choque cristaliza la
demanda de un derecho para todos, de una vida civil para todos - de la
preservación de las condiciones para toda vida. Se trata de estilos, de formas
o principios generales, a las que deban ajustarse las iniciativas individuales.
Uno de ellos, el de “errores leves”, ya fue mencionado. En la misma línea
habría que considerar el principio de la “moderación en el consumo” (Razeto
2001:595), que implica utilizar los productos en forma cuidadosa y
conservadora, para evitar su deterioro prematuro, prolongar su vida útil y
aprovechar más ampliamente su capacidad para satisfacer necesidades. Los
trabajos autónomos “constituyen” los principios generales de una Ley
Fundamental de la cual Chile todavía carece, una que nazca de la historia
popular y organice una república que, al convenir a los pobres, convenga a
todos.
4.- El “movimiento” como coerción
¿En qué
consiste el complemento coercitivo en la fórmula del poder que se considera al
alcance de las minorías de choque? El análisis conduce al “movimiento”: al
gasto de energía que supone emplear el propio cuerpo como impedimento físico
para la materialización de una decisión que se considera intolerable. La
“ocupación” en su sentido más amplio es la coerción de la minoría. El sentido
común exige que su empleo no resulte trivial e inoportuno. La teoría del poder
obliga a ensayar hipótesis sobre su empleo eficaz.
Una vez que el choque se produce en su sentido más directo,
enfrentando fuerza contra fuerza, surge la primera evidencia: la fuerza oficial
lo afrontará con superioridad de recursos técnicos, de los cuales el decisivo
es el arma de fuego, al que hay que considerar finalmente monopolizado por las
instituciones del Estado. Por tanto, superar esta asimetría es cuestión previa
e insoslayable. Las condiciones de este ejercicio y las observaciones empíricas
sugieren una forma: precisar el desafío, definir el choque como un choque sin
fuego, renunciando a su empleo de manera previa, unilateral e inconfundible. No
hay aquí una exigencia ideológica. Más bien se trata de reconocer la validez de
algunos capítulos de la teoría de conflicto. Los “umbrales”, una vez conocidos,
llevan a las partes a respetarlos; la comunicación por la calidad de las
acciones, reemplaza a las palabras o refuerza su significado y presiona porque
las partes mantengan el mismo “lenguaje” durante la interacción, adaptando los
castigos a las ofensas, etc. (Schelling 1996: 135,146). La autolimitación
limita al oponente. El costo político de una represión violenta se eleva
desproporcionadamente cuando el protestatario demuestra de manera convincente
que ha excluído por completo al fuego como recurso de choque.
Resultado probable de lo dicho: la homogeneización instrumental
del conflicto; la eliminación de una asimetría radical que predeciría la
derrota de la parte popular. Como contrapartida, la eliminación del fuego permite
a la minoría aplicar - ella también - los principios generales del arte táctico
(iniciativa, economía de fuerzas, sorpresa, logística, etc.). Esta homología
asignará la victoria a la parte favorecida por la coyuntura y por la astucia.
Nada hay seguro, pero se acrecienta lo probable. En todo caso habrá que
insistir en la necesidad de precisar el objetivo de cada movimiento. El
desorden generalizado viola este principio, perjudica a la gente común y olvida
que, para la protesta popular, la logística consiste, precisamente, en mantener
ordenada la vida cotidiana periférica, fuente de alimentación, lugar de reposo,
proveedora de ingresos monetarios.
Se ha insistido mucho en la condición del cuerpo como tela en
que se estampa la norma. Hay que verlo también como obstáculo físico semoviente
que impide la ejecución de esa norma. La radicalidad, se nos dijo, es ir a la
raíz y que la raíz del hombre es el hombre mismo; y la raíz de la lucha del
hombre mismo, su vigor primordial, es su trabajo, su trabajo corporal. Si
comienza así, con el propio esfuerzo físico, el proceso de transformación
social adquiere pluralismo ontológico: eficacia potencial en los varios niveles
que pueden distinguirse al analizar la realidad, desde el físico y biológico,
hasta el simbólico. Se merma esta eficacia cuando se define la lucha política
como un “fenómeno inmaterial”, “cuyo instrumento es el lenguaje” y la metáfora
(Peterson 1987: 9 y 11), o cuando se reducen sus instrumentos materiales a los
que suministra la tecnología militar.
Una investigación apropiada muy probablemente demostraría que
los movimientos obreros que exhiben actualmente alguna gravitación (cualquiera
sea la dirección en que la empleen) se han mantenido leales a un pasado que,
histórica y metodológicamente se inició con una u otra forma de trabajo
autónomo.
5.- ¿Coordinación por autogobierno?
Maritain
destaca que las minorías de choque, libremente organizadas, son múltiples en
naturaleza. Lipietz, medio siglo después (1995:105), al referirse al muy actual
problema de las relaciones entre ecología política y movimiento obrero, señala
la existencia de movimientos sociales de resistencia crítica, independientes
entre sí, que necesitan converger. Tal convergencia debe ser una construcción
política; y éste es el momento en que puede imponerse la mala tradición de que
ella se intente por medio del Estado y, en el ínterin, por medio del partido.
En vez, dice, se requeriría de una democracia “cara a cara” que busque el
consenso, que integre los puntos de vista divergentes y respete el derecho a
disentir.
Pues bien, esa democracia cara a cara es una democracia directa
constituida en asamblea o comuna, o como quiera llamarse. En todo caso es una
integración cuyo poder, como se ha visto no se deriva del Estado ni del aparato
de partido dirigente alguno. Por otra parte, es una integración que se obtiene
de una manera que podríamos llamar “negativa”. La Asamblea reúne sólo a
trabajadores autónomos en cuanto tales, es decir, como ejecutores de obras que
se refieren a problemas concretos que han surgido en la ejecución de esas
obras. No concurren ideologías sino experiencias. Más aún: la agenda de la
asamblea se estructura de preferencia en torno a las “prohibiciones” que los
diversos movimientos coinciden en definir como condiciones necesarias para el
libre curso posterior de cada una de sus preocupaciones y vocaciones
particulares.
La asamblea es, entonces, sólo un momento de centralización. Se
prolonga sólo por el lapso que toma la adopción de la decisión central. Con
todo, mientras actúe, lo hará como gobierno. La democracia directa tanto como
la representativa, son formas de gobierno. Hay problemas que ambas deben
resolver. Uno, el principal es encontrar formas económicas para analizar y
discutir. Con frecuencia fracasan movimientos sociales que no logran
establecerlas. Afortunadamente, las organizaciones de educación popular han
desarrollado técnicas sencillas y muy eficaces que permiten que todos hablen y
todos decidan con la información requerida. Esta no es la ocasión para
detallarlas, pero sí para transmitir el convencimiento de que ellas deben
formar parte sustancial de la cultura política, de la tarea constituyente del
pueblo ciudadano.
Referencias
bibliográficas
Aristóteles.
Retórica. The Basic Works of Aristotle, edited by and with an Introduction by
Richard McKeon, Ed. Random House, New York, 1941.
Berger
Peter y Luckmann Thomas (1968), The Social Construction of Reality. A Treatise
in the Sociology of Knowledge, Ed. Penguin Books, 1984.
Bloch, Ernest
(1938-1959) Le Principe Espérance. I, Ed. Gallimard, Paris, 1976.
De la Court, Thijs
(1991), El desafío ecológico de los 90, Ed. Instituto
de Ecología Política, Santiago
Heller,
Agnes (1978), The Theory of Need in Marx, Ed. Ellison & Burky, London.
Lipietz, Alain (1995)
“Ecología Política y movimiento obrero: similitudes y diferencias” en Revista
de Occidente Nº 167, abril.
Maritain, Jacques
(1952), El Hombre y el Estado, Editorial Guillermo Kraft, Buenos Aires.
Marx, Karl (1844) Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, Editora Austral. Santiago, 1960.
Marx, Karl (1844) Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, Editora Austral. Santiago, 1960.
Peña, Carlos (1999)
“Democracia y minorías” en Anuario de Filosofía Jurídica y Social, Ed. Sociedad
Chilena de Filosofía Jurídica y Social, Valparaíso, 2000.
Petersson, Olaf (1987)
Metaforernas makt ( El poder de las metáforas), Carlssons, Helsinborg.
Rawls, John (1971), A Theory of Justice, Oxford University Press, 1992.
Rawls, John (1971), A Theory of Justice, Oxford University Press, 1992.
Razeto, Luis (2001),
Desarrollo, transformación y perfeccionamiento de la economía en el tiempo. Universidad Bolivariana. Santiago.
Schelling,
T. (1966), Arms and Influence, Yale University Press.
* Abogado chileno, ex parlamentario. Fue profesor de las Universidades de Uppsala y Bolivariana.
1
Agnes Heller: “ There is only one thing which the worker must not be deprived
of: his labour power” (1978: 58).